Montaña, 2004.















-Sala Alternativa, Centro Cultural Eladio Alemán Sucre. El Carabobeño, Valencia, Edo. Carabobo. 
19 de Septiembre-31 de Octubre 2004

Hay imágenes que se inscriben en nuestra mirada, que se fijan como un tamiz en el cuerpo figurando y modelando nuestra experiencia. Son imágenes que recordamos desde que tenemos memoria, que han acompañado todos nuestros descubrimientos y encuentros, también nuestros juegos. Estas imágenes aparecen, entonces, como una piel que nos permite reconocer el mundo, hacernos de él, acariciarlo.
Una imagen así -tamiz silencioso del recorrido cotidiano- es para Hayfer la montaña, como lo es para muchos de los que habitamos en estas regiones, siempre resguardados por la frontera de su presencia. Por ella, y con ella, sabemos que los tránsitos son pausados, que los sonidos se multiplican insospechadamente, que siempre hay un lugar más o menos oculto, que todo recorrido puede ser una inauguración. Por ella, y con ella, hemos aprendido a mirar más allá de las figuras, porque en su fórmula inabarcable, en ese estar siempre en desproporción con muestra posibilidad de dominio, ella nos permite encontrar la plenitud de los instantes de silencio y de ausencia.
Hayfer tiene la montaña inscrita en su mirada, dispuesta en sus manos, elaborada como entretejido de sus pensamientos, y nos propone, con el diseño sintético de sus contornos, de las puras marcas de su despliegue, imágenes que en realidad son espacios, lugares en los que debemos rehacer, ordenar, completar un sentido, una orientación, en el encuentro, en el diálogo, de nuestras experiencias: la de él, la de cada uno de nosotros.
El contorno de la montaña, esa frontera que la define –la delimita- pero que a la vez la acerca, es la figura plática con la que Hayfer nos describe –y nos inscribe- las moradas de sus intenciones, sus ideales, su experiencia.
En la obra de Hayfer el contorno de la montaña es su fin y su inicio, es el margen que la contiene y la dispone para el mundo, no sólo porque la figura nos permite reconocer su presencia, descubrirla, sino porque allí se hacen nuestros recorridos –anulados de memoria y mirada-, porque allí se inscriben nuestras representaciones, porque allí se provoca la relación, la conexión que le permite a la imagen desprenderse de sus condicionamientos intelectuales y donarse, ofrecerse, como lugar, como sitio para inaugurar siempre, nuevamente, el pensarla. El contorno de la montaña, entonces, no es sólo la signatura –la síntesis gráfica- que expresa su presencia, es también, y de modo dramático, la huella que permite convertirla en alegoría, que la hace un exceso –su propio exceso-; un exceso gracias al que su representación no es paisaje sino estancia y al que su aparición exige siempre la elaboración de sus contenidos.
Esas montañas de Hayfer, hechas en sus propias fronteras: el contorno seguro de su lugar de encuentro con el mundo, el registro fotográfico de algún sitio que se multiplica como todos sus lugares, funcionan como textos, como relatos de un camino dispuesto al cuerpo de los espectadores. Por ello, se encarnan en el lugar donde son dispuestas, toman las paredes, las superficies, para revertirlas, para construirlas a su vez como montañas.
Inscritas entonces, no sólo en la mirada sino en las paredes, entre las superficies que delimitan nuestros espacios, estas montañas hacen aparecer, sin mostrar aquello que invisible sostiene –y funda- la experiencia de ascender: para el cuerpo, el contrapunto continuo de pausa y silencio; para la visión, un después siempre extendido; para el pensamiento, un lugar donde todo debe ser aún elaborado.

Sandra Pinardi.

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